23 de junio de 2011

Águila en agonía

La piedra era muy pesada.
El águila no lo sabía, no tenía forma. Aterrada se retorció victima de un pánico feroz, sus ojos lloraron sangre y su alma decidió hacerse a un lado.
La sangre atrajo a los cuervos, que devoraron sus ojos en un instante.
Los que la veían se alejaron.
Nadie iba a ayudarla, nadie podía ayudarla, todos lloraban porque todos sabían, que su muerte no sería en vano, las praderas lloverían por la eternidad, el sol se fundiría con las nubes y no brillaría mas, que caería la noche permanente y que ni la luz de las estrellas llegaría a iluminar de nuevo este lugar; que la oscuridad se elevaría hacia el infinito, hasta llegar a los ojos y hacerse lágrimas, hasta caer silenciosamente sobre las teclas, hasta recordarle a este que les habla el profundo malestar que lo envuelve, la pena honda que lo sumerge una y otra vez en un río que antes era lago, hacia una cascada que antes era cielo, y que ahora cae para siempre hacia las profundidades de la nada.
Aún se retuerce de dolor el águila, todos desean que su muerte sea lo menos dolorosa posible... pero nadie hace nada.