17 de diciembre de 2011

La leyenda de la primer ave de Andrómeda

Cuentan las malas lenguas, que un día entre los días, en el baobab mismo que entre sus hojas comprende la existencia, se posó un ave extraña, cuyas alas refulgían con el brillo de los pulsares; y dicen algunos, que tal era la energía que irradiaban de si, que cuando se disponía a volar, todo el gran árbol se estremecía. Cuentan también que si la mirás fijamente a los ojos, todos tus recuerdos se evaporan, como el rocío vespertino que se evapora con el amanecer, aunque al igual que este, regresan todas las mañanas en un eco eterno, hasta el fin de los días.

Vi llegar a la primera, como un lucero lejano en la bóveda oscura de la noche, que al acercarse se mostró tan hermosa como los atardeceres de una vida y tan grácil como el viento del mar. 
Envuelta en un manto dorado que irradiaba la alegría de los soles, se posó en la parte mas alta de mi baobab y se presentó entonando un trino hipnótico y encantador (y no precisamente, en el buen sentido) que me dejo embelesado. 
Anido entre las ramas de las que crecían los frutos del alma, y comió muchos de ellos, pues eran sabrosos y abundaban y ella, en retribución, me regalaba sus plumas que, cargadas con la energía del fulgor, me traían paz solo al mirarlas. 
Surcaron varias lunas el firmamento mientras ella estaba presente, y su compañía me hizo olvidar, mientras me contaba increíbles historias que reflejadas en la savia, se volvían realidad.

Caminé un día hacia ella y acaricié suavemente sus plumas, giró su cabeza entonces y la observe fijamente. Pero sus ojos no estaban ahí.
El interior de sus vacías cuencas había sido reemplazados por diamantes con mil caras. Las miré y me reflejé en todas ellas y el horror creció repentinamente en mi, pues pude ver todas sus verdades tan límpidas y claras como las aguas de un manantial.
Me aparte de ella y furioso le quité el manto dorado que la envolvía, y se descubrió entonces su verdadera esencia cuando vi que lo que había debajo era un cuervo negro e infame. Iracundo noté que mis plumas, ayer resplandecientes, hoy eran tan oscuras que absorbían la luz y se deshacían en mis manos. El hechizo de su trino había acabado y por fin podía ver toda su real forma.
Las palabras sobraban, naturalmente, y ella, en su repugnante forma de ave de mal agüero, escapó hacia el cielo oscuro, dónde se perdió instantáneamente, aunque solo a veces, se la veía en la lejanía al reflejar en si la estela de un cometa distante.

La savia de mi baobab se pudrió y los frutos del alma (aquellos que no habían sido devorados) murieron, y durante muchas lunas no volvieron a crecer. 
Un día me harté de tal mal y reflejado en la savia, me propuse no olvidar y bañado en las aguas mas ardientes del odio, talé toda rama en la que hubo de posarse o rozar alguna vez.
Con el correr del tiempo, los frutos volvieron a brotar, y mi savia recordó su natural fluir. No obstante, aún se puede ver en la sombra de mi baobab, una porcion que a pesar de no estar, hace sombra contra las montañas heladas mas lejanas del sur.