8 de junio de 2012

El clamor

El gran león de madera escruta el horizonte desorbitado. El clamor susurra lejos y muy cerca en la estéril estepa. Se lanza fútil hacia el oscuro fin de el todo, donde el cielo se funde con la tierra en el magro abrazo de las tempestades.
Sintió las heladas gotas en su lomo y aceleró el paso. Gruñó con el fragor de milenios, restallando su voz en un fulgor violáceo que atravesó como una densa bruma. 
De pronto y sin aviso, tal como el canto vespertino del gorrión solitario, el tiempo decide volver, y entonces, la sangre del león, como ayer, se metamorfosea en oscuras raíces que consumen su ser.
Se remonta, muerto, las últimas distancias antes de caer rendido como la roca que asfixió al águila antigua, muchos circulares atrás...
La lluvia lava indiferente (¿o no?) las temperas que lo bañaban. Las hace fluir de nuevo a la tierra, como un veteado colorido, que desgarra en la tierra, por un instante, un paisaje mejor, antes de mezclarse con el lodo primordial, otra vez.

Qué tan atrás esperan las siluetas que nunca duermen? 
La realidad es una serpiente que se muerde la cola.