15 de marzo de 2012

Seis aves

Soplaba un viento vírgen y el crepúsculo vestía sus mejores galas.
Su cabello oscuro, como el ébano, flameaba grácil en la brisa que susurraba embrujos desconocidos e invitaba a oír en calma.
De pronto, con la austeridad del azar, tornóse el cielo gris y la brisa en vil temporal, mientras toda ella me echaba una mirada de cordura incierta, inocente, plena en el insaber del terror que sorpresivamente se retorcía detrás de mis ojos.
De a poco, pero con la persistencia de la senda elegida, se deshizo frente a mi.
Primero sus manos, otrora suaves y dulces, escurrían sobre la mesa, luego sus ojos, hace segundos circulados en la eternidad del todo, se humedecieron una vez mientras se ensombrecían lentamente al mezclarse con su cabello, que fluía de pronto como un lodo primordial sobre sus hombros.

Respiré, y ya no estaba.

Y allí estaba yo, suspendido en silencio. La noche ya poblaba el cielo y la luna ascendió tímida hasta llegar al cénit mientras la seguía con la mirada distante, y una lagría se dibujaba en mi rostro tan profunda  como la avenida que se proyectaba hacia el infinito a mi izquierda.
Vi entonces seis aves volar en formación surcando la bóveda nocturna hasta pasar frente a la inerte luna, que acto seguido, emitiendo un chasquido como el de un cristal al caer, se deformo en un signo incompresible que me llenó de angustia mientras, en un parpadeo, se pulverizó en una arena brillante que huyó con el viento.

Por qué?