17 de enero de 2012

Surrealia I

Caí de pronto en la cuenta de que estaba respirando, y ya no hubo vuelta atrás.
Volteé ligera y perezosamente hacia los lados, buscando un punto conocido y no lo encontré, tal como esperaba. Siluetas con las manos calientes, huían del ojo normal, pero yo podía verlos, como sombras, mirando en silencio a aquel que reía en su lugar. Hipócritas.
Entonces la sentí en mi pecho. Una pena tan profunda como el universo, si fuera este un cuenco, me atravesó. Puñales etéreos pensé, mientras agitaba estúpidamente la cabeza para tratar de alejar el dolor.
Mis manos, hasta entonces bañadas por la tenue luz de luna que se filtraba por una de las diminutas ventanas, sujetaron mi cabeza antes de que yo quisiera hacerlo. Irónico, pensé. Un reflejo de dolor, una reacción automática a la angustia. La costumbre habrá calado caminos profundos en mi.
Entonces uno de ellos se acerca, quizás posé mi mirada por mas tiempo del que debía, por mas tiempo del que aquel saco de penas toleraba. Un escalofrío corre veloz por mi espalda. Pero ya no importa demasiado, puedo verlo en sus ojos, la vacuidad de su ser, es un cauce sin río, un junco marchito, una lágrima sin sal.
Quizás lo recompensen con unas risas mas tarde, hasta el amanecer, o quizás no, sin embargo sus vidriosos ojos esconden una verdad mas profunda; ambos sabemos que el sol seguirá muriendo día tras día y aún así no hacemos nada para cambiarlo. Pero a él no le cuesta nada intentarlo, tácitamente brindo por eso cuando intercambiamos fugaces miradas.
Y me golpea. Un golpe seco, como un sordo relámpago de tormenta. Y caigo de mi silla una vez mas.
La puerta se me hizo tan transparente, y mientras el dolor punzaba en mis labios busqué sangre con mis dedos y solo hallé ceniza.
Afligido, caminé por días.
Un gélido viento atravesó mis piernas y desperté. Un desierto congelado.
Cansado tras infinitos pasos, me derrumbé sobre una suerte de hierba tosca y dura cubierta de nieve mientras el viento me helaba el alma.
El cielo estrellado me reconfortó, y tras días de lagría profunda, una leve sonrisa se dibujó en mi rostro mientras pienso lo lejos que estoy de casa.
Alucino, o no. Las constelaciones se agrupan velozmente ante mis ojos imperturbables y se organizan a la perfección. La Gran Osa ha despertado.
Desciende de la gran bóveda pisando estrellas, atravesando la aurora violácea que soplaban allá arriba en los cielos hasta detenerse frente a mi. No asustado, pero si conmovido, me cierno frente a su magnificencia cósmica arrodillándome con reverencia. Y entonces dijo:

- La pena que te carcome, no se lava con las aguas mundanas, bebe mi elixir, pues es puro y te hará olvidar.- Dijo, mientras descubría un cuenco brillante lleno de un liquido claro.
Temí y pregunté.- Es este el único camino, oh gran Osa de las estrellas?
- Es el único que podrás andar.- Respondió solemne

La miré a los ojos, oscuros y profundos y lo bebí sin mediar pensamiento.

Tomé un trago y olvide el frío.
Tomé otro trago y olvide mi cuerpo.
Tomé otro trago y olvidé mi nombre, a la osa y a mi ser.

Flotando entonces solo como conciencia ingrávida recorrí los cielos y vi a todas las personas pero ninguna me vio a mi. Luego fui mas allá y atravesé el firmamento, surcando el espacio hasta llegar a una luna lejana que me resultó agradable.
Sentado en su monte mas alto, fui testigo de un atardecer imposible, con siete soles llevando una danza eterna hacía el ocaso, cayendo sobre el horizonte mientras bañaban todo lo visible con un azul tornasolado.
Y lo sentí. En mi centro, al principio pensé que era una simple incomodidad y me agite de un lado al otro para ahuyentarla, pero entonces se hizo mas punzante hasta convertirse en un dolor insoportable. PUÑALES... puñales etéreos, atravesándome... atravesando todo mi... mi CUERPO!

Instantáneamente desperté en el suelo del bar. Aquel tipo seguía ahí, con una mueca de desdén en su rostro.
Me levanté iracundo y salí por la puerta. Me arrodille sobre el pavimento recién embebido por el rocío de la madrugada e insulté a las estrellas.

Una estatua de sal a mi izquierda no oye mis lamentos, y la multitud a mi derecha respira temores demasiado reales, quizás este sea el camino, temo.