11 de diciembre de 2010

Resurrección, temporal castigo

Escalofríos.

En algún momento pasaría, yo lo sabía y el universo también. El látigo del tiempo, en manos de la casualidad por supuesto, dejó marcas demasiado profundas en la hija de la conciencia y viéndola a esta sufrir, la tiró a un lado del camino, sangrando, llorando y luego quieta, en silencio, muerta.
Nadie se acercará a sus restos para ver que será de su suerte, nadie sabe su nombre, y aquellos que lo sepan temerán su cercanía, porque su padre los ahuyentará con lagrimas de ira brotando de sus ojos. Ira por haberse dejado seducir estúpidamente por la luz de la esperanza, ira por no haberla matado él desde un comienzo, como es debido.

Escalofríos.

Solo él, con pena insondable contemplará como la tierra a su alrededor la sujeta lentamente en su abrazo de paz llevándola a la tierra del olvido, dejándola enterrada en un lejano recoveco de su centro. Tan solo y quizás en la prontitud de los días el Señor Recuerdo, obligado por ella, se decida a perturbar su sueño para así traerla nuevamente a la vida, aunque ya será distinto, apenas la vea, el padre ya sabrá que hacer.

Escalofríos.

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